Taoísmo

El clásico del Taoísmo

El término ‘Daoísmo’ (en la romanización Pinyin) o ‘Taoísmo’ (en la romanización tradicional Wade-Giles) denota una traducción filosófica y religiosa que influenció el pensamiento Chino profundamente y fue, junto con el Confucianismo, que en algunos aspectos es su contrapeso, la fuente principal de inspiración de una cultura que dura ya dos mil años. La tradición taoísta se caracteriza por ser de naturaleza fluida, resistente a todo encorsetamiento doctrinario; por el énfasis que pone en la espontaneidad y la naturalidad; por el rechazo de los roles y costumbres convencionales; por el humor y la ironía con la que desafía las certezas de la mente ordinaria; y finalmente, por una sutil vena anarquista, que nos recuerda un pasado mítico en el que las leyes e instituciones no habían todavía asfixiado la expresión auténtica y espontánea del ser humano.

El Lao Tzu o Tao Te Ching (Laozi o Daodejing en la romanización Pinyin), considerado generalmente como el texto fundador de la tradición daoísta, comienza con el famoso verso: “El Dao del que se puede hablar no es el eterno Dao”. Dao, el Sendero, es la noción principal de la tradición daoísta, pero esta noción, o más bien no-noción, no es captable a través del conocimiento discursivo: el lenguaje es insuficiente para contenerlo. Por lo tanto el Daoísmo, más que una doctrina, es una práctica, una actitud existencial, una forma de relacionarse con la vida, con el misterio de la existencia y del mundo.

El encuentro del Daoísmo con el Budismo Mahayana proveniente de la India y del Tíbet, tuvo lugar en el siglo VI de nuestra era, en la tradición Chan, que a su vez, exportado a Japón en el siglo XII, generó la tradición Zen. Por tanto, la influencia del Daoísmo se extiende por toda la cultura del lejano oriente.

Además del Lao Tzu, los textos canónicos de Daoísmo filosófico también incluyen el Chuang Tzu y el Lieh Tzu.